viernes, 21 de septiembre de 2012

Palomar abierto a Mirta Colángelo



Querida Mirta, te escribo un último palomar, un poco a vos, un poco a los que quieran leer esto. Recuerdo que te vi por primera vez cuando tenia 14 o 15 años. Fue en el juzgado de Chiclana, en los juicios por la verdad. Luego, o antes pero en esos mismos días, te vi en una lectura de poesía organizada por la revista Vox. No recuerdo cuando fue la primera vez que te hablé. Mi vieja laburaba con Heriberto, y me habia ayudado a contactarte, pero era tímido y pasaron meses hasta que finalmente nos pusimos a charlar. Luego nos hicimos amigos, algo que me resultaba inverosimil por nuestra diferencia de edad pero que me enseñaste a disfrutar, como tantas otras cosas. Me encantaba pasar esas tardes en tu casa, tomando cafe, rodeados del aroma de ese jazmin que tanto te gustaba. Eran tardes de juegos, de juegos con palabras, ideas, imágenes, pájaros. Voy a extrañar los intercambios por email, que vos llamabas "palomares" y que escribías siempre con la letra en violeta.
Cuando yo ya vivía en Buenos Aires, recuerdo que me contabas tu descubrimiento de un grupo de franceses que saliá a susurrar poesía por la calle y que lo acababas de probar en el MAC de Bahía. Recien arrancabas con aquello con lo que has logrado contagiar a muchos hoy.
Hiciste de la literatura, de la magia de la palabra, tu vida. Me enseñaste a despejar lo irrelevante del mundo, de ir, poesía en mano, a lo importante... y tenias la capacidad de llevar a todos hacia allí. Conmigo lo lograste, a puro cuento e intercambio de experiencia me hiciste reconocer la belleza de una hoja, saborear el placer de la espera y maravillarme con los detalles de un día que se parecía a cualquier otro.
Recuerdo cuando me contaste una vez cómo le susurraste poesía a un taxista porteño que manejaba a pura queja sobre la vida y su mujer. Pelaste tu tubo y le dijiste "pan es pan, queso es queso, no hay amor si no hay un beso". Le cambiaste la cara al taxista que al llegar al semáforo sacó una libretita, te pidió que lo repitas y lo anotó para decírselo a la mujer. De ese tipo de anécdotas estaba llena Mirta, producia esas pequeñas intervenciones sobre el mundo, ponia esas pequeñas palancas que al tirarlas modificaban todo.
Otra vez, que la tenian que operar y tenia miedo en el momento previo, me contaba que habia comenzado a recitar poesías. Hasta que los anestesistas y asistentes comenzaron a recitar las poesías que tenian en su memoria.... eso lograba Mirta, contagiaba las ganas de vivir, la mirada extrañada sobre el mundo. Por suerte ha contagiado a muchos en su camino por Bahía, en su paso por el Patronato de la Infancia... dónde literalmente le cambió la vida a cientos de pibes.
Te cuento, Mirta querida, que hace poquito tuvo un hijo que me hubiese encantado conozcas, se llama Gael y sospecho que te hubiese gustado el nombre. Me entristece saber que nunca podrá escuchar uno de tus relatos, pero trataré de inculcarle el amor por la literatura y el arte que le llevaste a tantos pibes en tu paso por este mundo.
Te voy a extrañar mucho Mirta querida, te llevaré siempre conmigo. Te quiero mucho, hasta siempre,

Pablo

PD: por acá comienzan a florecer los jacarandás que tanto te gustan!

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