domingo, 31 de octubre de 2010

“Llorar a Nestor Kirchner no es ser kirchnerista”


Texto escrito hace 1 año, en los últimos días de Octubre de 2010.

… le dije a un amigo que sería un buen título para una nota que tratara lo que estábamos viviendo y lo que veníamos charlando en relación a ello. La idea llegó luego de leer un comentario de algunos ex compañeros de militancia que transitan otros caminos decir lo siguiente: "nunca nos pondrá tristes la muerte de un burgués”.
La muerte – y la vida– como tantas otras cosas en el mundo capitalista, tiene valor de cambio. No todas las muertes – ni las vidas– valen lo mismo. Esta idea ya me había quedado clara cuando allá por el 2003 Bumblerg lograba llenar una plaza, aprobar leyes y decir barbaridades haciendo notar que las muertes del norte capitalino eran claramente más caras que las del sur.
Esta subvaloración de la muerte de Kirchner y se denominación de burgues como otro despierta todo un tema entre universitarios de 27 años como yo, mi amigo y mis excompañeros. Se dijo acá que la muerte de Kirchner cierra un ciclo iniciado en el 2001: “el arco sentimental y político de mi (nuestra) entrada a la adultez.” El modo en el que nos empezamos a ver, ya graduados o próximos a, con parejas cada vez más estables, con planes familiares, con algún que otro bien adquirido sobre el que somos propietarios, nos comienza a colocar en un lugar en el que empezamos a reconocer nuestro lugar de pequeño burgués (como si alguna vez hubiéramos dejado de serlo).
Mi compañera de vida me hacia notar a Althusser, cuando no. La relación imaginaria se nos sale por los poros en esta cuestión y es que tal relación puede constituir a mis excompañeros como fervientes creyentes de no pertenecer a la pequeña burguesía, excluirse de ese lugar y calificar a Kirchner como un burgues al que no hay que llorar. El etnocentrismo es, en mi relación imaginaria, la primera reacción y la intento superar escribiendo. Evidentemente yo estoy imbuido de unos tipos de relaciones imaginarias con mis condiciones materiales de existencia que me permiten vivir mediantemente tranquilo de conciencia en mi pequeño aburguesamiento cotidiano y político. Allí, en la comodidad de mis imágenes es donde estoy y desde allí escribo, quiero decirlo.

El afecto
El miércoles a la mañana (27 de Octubre de 2010) me levanté para trabajar (en mi casa) y estaba escuchando la radio, trabajando y twitteando pavadas sobre el censo (@pvlelian). Está particularmente de buen humor, a la espera del censita, pensando incluso que el censo era una de esos pocos eventos en los que uno configura una imagen mental del colectivo nacional al que pertence, uno de los pocos momentos en los que puede imaginar, recorrer y reconocerse en un colectivo extraño, contradictorio y apasionante. En esas andaba hasta que nos enteramos de la muerte de Kirchner. Sencillamente me sentí aturdido, shockeado, triste, confundido. Si bien no he desarrollado una militancia extremadamente activa sí he tenido una posición hipercrítica respecto de Kirchner y el kirchnerismo, sobre todo durante el gobierno de él. No me olvido de lo que he puteado leyendo el Clarin kirchnerista previo al 2007. Es difícil, luego de esta historia personal reciente, encontrarse a uno mismo triste por tal noticia. Pasaban las horas y la disputa estaba en la razón por la cual iba a ir a la plaza. Ir a la plaza para ver, como observador, como cientista social; o ir a la plaza a participar, a llorar, a emocionarse, a ser parte. Y ahí fue cuando sucedió. Las repercusiones me empezaron a impactar: ver mucha gente triste, emocionada, agradecida y que esos sean sujetos que forman parte de una sociedad de la cual yo formo parte comenzó a afectarme de una manera radical. Empecé a entender la tristeza, empecé a comprender que cómo no emocionarse frente a la muerte de un líder político frente al cual tengo mis contradicciones pero que a tanta gente le ha cambiado la vida. Cómo no rendirse ante la evidencia del otro-nosotros, del conciudadano, en la calle, afectado profundamente por la muerte de Kirchner.
En un principio pensé en escribir todo aquello con lo que no estaba de acuerdo del gobierno de Kirchner y el actual, para poder luego reconocer que me afectó su muerte, que me puso triste, que me hizo ir a una movilización luego de mucho tiempo, que me hizo estar fastidioso durante días, molesto, incomodo, que me llevó tal vez por primera vez en la vida a ponerme de manera abierta y desinteresada en la piel del otro, de aquel que lo lloraba, que lo llamaba su líder. Decidí no hacerlo. Decidí no hacerlo porque insulta la inteligencia de cualquiera pensar apoyos absolutos, pensar el dolor como aprobación de lo peor de un tipo, pensar la valoración de lo positivo como un gesto infantil de subordinación radical.
Y ahora vuelvo sobre los que no se ponen tristes por la muerte de un burgués. La enumeración de aquello que el gobierno de Kirchner (y el de CFK) hizo respecto de los DDHH debería bastar para la tristeza. Desde mis relaciones imaginarias esto se ve como un gesto de un nivel de bajeza enorme, el hecho de no reconocer una serie de medidas que su gobierno ha tomado y que tuvieron como resultado la mejora de millones de vidas de los que llamamos compatriotas, compañeros o pueblo. Aunque se crea que la vida propia no ha sido afectada positivamente, aun cuando eso esté lejos o en las antípodas de las premisas políticas que uno pregona: es de un nivel de cinismo importante no pensar en el otro como un sujeto, rebaja a aquellos que reconocen en Kirchner a un tipo que les mejoró la vida, al nivel de objetos inertes que ocupan un espacio porque aun no se dan cuenta que la verdad verdadera está en otro lado.

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